Oda al fascismo: 86 años de Italia campeona del mundo en la Copa de Mussolini

Ante el éxito de Uruguay 1930, la FIFA decidió realizar cada cuatro años el campeonato mundial de fútbol, donde las mejores selecciones de todos los rincones del mundo (en ese momento, solo América, Europa y África colonizada) tendrían que disputarse ‘a muerte’ quién sería el mejor del planeta en un punto neutral.

Pero el lado positivo del balón se vio permeado por la propaganda ultraderechista que Italia obtuvo en 1933 cuando fue elegido para acoger la segunda edición de este campeonato.

Como dato curioso, ese mismo año ascendió al poder Adolf Hitler en Alemania, así que para esa fecha, dos máquinas de odio y poder comenzarían a trabajar en las gestas deportivas más importantes del mundo como lo serían la Copa Jules Rimet y los Juegos Olímpicos de 1934 en Roma y de 1936 en Berlín, respectivamente.

Exponer ante occidente y oriente las imágenes de perfección de sociedad, industria, economía y rendimiento eran los objetivos que ‘El Duce’; o mejor conocido, Benito Mussolini, un periodista y docente de lenguas y geografía que por muchos años había sido catedrático del socialismo en su país y que por giros del destino, terminó desarrollando la teoría fascista en Italia para en 1923 dar un golpe de Estado con su movimiento de “Las Camisas Negras” en la nación ‘azzurra’; vio en la Copa Mundial de 1934, una oportunidad para tener su repertorio global de propaganda.

Todo era una orquesta dirigida desde Roma y con un único objetivo: reivindicar la imagen del dictador italiano como un modelo de gobierno paradigmático. Así como cualquier país organizador del Mundial, no escatimaron gastos, el ‘Duce’ había dado carta blanca para remodelar (o construir) doce estadios por todo lo largo y ancho de la bota para albergar únicamente a diez selecciones participantes.

A diferencia de la actualidad donde precisamente a la selección nacional se le denomina ‘azzurri’ (“azules” en italiano) por su camiseta, en ese momento el concepto artístico del partido de ‘Muso’ era el negro, incluso, el movimiento político que lo llevó al poder se denominaba popularmente como “Camisas Negras”.

Por lo cual era evidente que la selección nacional tendría que poseer las insignias del fascismo como representantes deportivos de todo el ‘partido’. Fue un torneo atípico, no existían las fases de grupos, comenzaba en octavos de final y solo duró quince días, a comparación de los actuales eventos que se pueden tomar hasta 31 días.

El 27 de mayo de 1934 se jugaron de forma simultánea los ocho partidos de dicha fase en casi todas las sedes. Ante la inexistencia de la globalización y la mercantilización de ese deporte en ese momento, no tenían lío en que todo se desarrollara rápido.

Para ese momento habían dos selecciones que iban muy en contra de las ideas fascistas del anfitrión y de su escudero, la Alemania nazi: La España socialista y Brasil con negros. Casi que por cosas del destino, ambos se enfrentaron en octavos y los ibéricos golearon 3 a 1 a la ‘canarinha’ que por aquel entonces, no tenía las bases futboleras que hoy por hoy se conocen, así como muchísimo menos, su pentacampeonato.

A los cuartos de final accedieron los locales junto a Checoslovaquia, Suiza, la Alemania de Hitler, Hungría, Suecia, España y Austria, prácticamente, un torneo mundial “a la europea”. Después de los cruces quedaron en la fase final los italianos y los checos. A partir de ese momento se conocería la escena más macabra de ese mundial donde al inicio de cada partido, se levantaba el brazo derecho, realizando el paupérrimo saludo fascista.

El 10 de junio de 1934, horas previas al desarrollo de la gran final, al capitán y máximo referente del fútbol italiano, Giuseppe Meazza (sí, al que le pusieron de honor su nombre en el estadio de Milán), recibió un ‘cariñoso’ telegrama directamente del propio Benito Mussolini donde ‘cálidamente’ le decía: “Vencer o morir”; una clara señal de que en caso de que la selección no ganara el título, el destino y la vida de la plantilla se vería comprometido seriamente.

Años después de ese suceso, algunos jugadores como el propio Giuseppe, contarían esta historia donde también el técnico mundialista Vittorio Pozzo, apretaba las tuercas de su equipo que comenzó perdiendo 1 a 0 y que a falta de cinco minutos para el final, lograría empatar y llevar por primera vez en la historia de los mundiales, una definición de final al tiempo suplementario.

Los ‘camisas negras’ ganarían su primera copa permeada de fascismo por doquier a tal punto que el estadio donde se jugó la final en la capital se llamaba Stadio Nazionale del Partito Nazionale Fascista. La prensa internacional miró el éxito de la selección más como un ‘favor’ político y de imagen de una ideología que años después sería la detonante de la barbarie más grande que ha tenido la humanidad como lo fue la Segunda Guerra Mundial.

Producto de ello, poco se habla en la actualidad de ese pasado oscuro que ‘manchó’ a la redonda durante 15 días y cuyo recuerdo sigue siendo un ejemplo para nunca volver a imaginarse (si quiera) el retorno de una esfera de zozobra racista, antisemita, genocida cobijada bajo el mal llamado: “Fascismo”.

 

 

Corresponsal en Cali

Luis Felipe Romero C.

En Instagram: @lushophrc

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